El pulpo es un animal verdaderamente fascinante. Ocho tentáculos, tres corazones, dos ojos, y un cerebro. Es un gran depredador marino, que caza peces y crustáceos. Tiene una vista muy desarrollada, y es capaz de cambiar de color a voluntad e incluso de modificar la textura de su piel para hacerse pasar por una roca submarina. El pulpo pertenece al gran grupo de los moluscos, animales invertebrados de cuerpo blando que se dividen en tres grandes grupos: bivalvos, gasterópodos y cefalópodos.
Entre los bivalvos encontramos a unos cuantos «suculentos» conocidos, como las ostras, las almejas, los mejillones y las vieriras. Lo más característico de estos animales es la concha. Como su nombre indica, los bivalvos poseen dos valvas, o placas, que cubren y protegen sus blandos cuerpos. Esta concha es dura, y consta de tres capas: La capa interior está hecha de nácar, seguida por una capa intermedia de calcita o aragonita y finalmente, de una capa exterior de carbonato cálcico.
La tendencia evolutiva mayoritaria en estos animales los suele llevar hacia una vida sésil, anclados en una roca, con una dura coraza en la que confían para su protección. Existe sin embargo una notable excepción, y es que las vieiras han optado por hacer más fina su concha, perdiendo de esta forma bastante peso, y pudiendo así nadar libremente…
El reino de los animales es el reino de los sentidos. Oído, olfato, tacto, gusto, y vista, son nuestros cinco sentidos. Con ellos percibimos el mundo en el que vivimos. Gracias a ellos podemos saber qué hay a nuestro alrededor, dónde estamos, y hacia dónde vamos. Los sentidos son tan importantes que han marcado nuestra historia evolutiva, y nos han hecho tal como somos. El más importante de todos ellos en la vida de los seres humanos es sin duda la vista.
La nítida visión en tres dimensiones, a todo color, y de alta definición que hoy disfrutamos, no ha surgido de la nada. Especies muy anteriores a la nuestra fueron desarrollando gradualmente los órganos sensoriales, y la vista ha ido evolucionando con nuestra estirpe, siendo compañera y amiga durante innumerables generaciones de seres vivos. Nuestros ancestros primates, que eran seres arborícolas, ya tenían una vista muy desarrollada que les permitía moverse con facilidad por las ramas de los árboles, ya que sus ojos se habían colocado en la parte frontal del rostro, como los nuestros, dotándolos de una magnífica visión en tres dimensiones, muy útil para calcular distancias. Una vez desaparecidos los grandes dinosaurios que dominaban la tierra y tenían a los pequeños mamíferos de la época confinados a las tinieblas de la noche mesozoica, nuestros antecesores se aprovecharon rápidamente del vacío dejado por los ancianos reptiles y conquistaron el día. Había llegado el amanecer de una nueva era, la era de los mamíferos.
En este viaje a través de las edades geológicas que se suceden en el tiempo, nuestro comportamiento y nuestro cuerpo unidos por una fuerte relación, han danzado en la jungla de las oportunidades, cómplices y amantes como una pareja de bailarines enamorados, al compás de la Selección Natural…
¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? ¿Hacia dónde vamos?. Son las preguntas que nos hacemos en algún momento de nuestra vida, y que nos hacen sentir inteligentes: «Fíjate tú lo que he pensado, estoy hecho un filósofo.»
Pero en realidad, no queremos saber la respuesta a esos enigmas de la humanidad. No la queremos saber, desde que nos dicen que venimos del mono, que no somos más que animales, y que cuando se muere nuestro cerebro ya no queda nada de nosotros para que nuestra consciencia viaje a ninguna parte. Que no hay ningún objetivo, ninguna finalidad. Ningún plan especial para nosotros. Esto es, lo que nos dice la ciencia.
A la mayoría de las personas esas respuestas nos parecen tristes y decepcionantes. Eso hace que no nos interesemos en saber más sobre el tema, y que lo abandonemos prematuramente, antes de poder entender las maravillas que la investigación científica está descubriendo sobre nosotros y nuestra historia.
Los científicos trabajan para ofrecernos las mejores respuestas a estos antiguos misterios. Sus trabajos son publicados en revistas científicas. Gracias a internet, el conocimiento científico se ha hecho absolutamente accesible a todos los públicos.
Pero la mayoría de nosotros, aunque siguen fascinándonos aquellas preguntas, continuamos sin querer saber las respuestas. Nos resulta más agradable imaginar nuestras propias explicaciones y «teorías», hechas a medida.
Los humanos, desde niños, compartimos con muchos otros mamíferos un gusto especial por los juegos. Todos hemos visto como juegan los gatitos, o los perritos, sobretodo cuando son cachorros, pero también de mayores. Ellos juegan luchando entre si, sin hacerse daño, por pura diversión se persiguen entre ellos y se tiran unos encima de otros. O juegan con nosotros, con un cordel o una pelota. O incluso juegan absolutamente solos, inventándose amenazas de las que tienen que huir, o presas a las que perseguir. Esto les sirve para que de mayores ya tengan una práctica sobre ciertas cosas, y desarrollen las facultades que les servirán para escapar de los depredadores, conseguir alimento, o encontrar pareja. Pero esto ellos no lo saben. No son conscientes de que juegan porque en un futuro les será útil haberlo hecho, ellos juegan porque les gusta, porque se lo pasan pipa.
Nosotros también jugamos por la misma razón. Y jugamos a muchas cosas. Jugamos a peleas, luchas de espadas, jugamos a hacer carreras, a escondernos, jugamos a papás y mamás, a hacer casitas, y muchas otras cosas que refuerzan nuestras cualidades y que en principio nos serán beneficiosas. Tal vez, a través de la evolución cultural, a partir de esta afición al juego, surgieron los deportes, que tienen el mismo objetivo y funcionan de la misma manera, aunque éstos se diferencian por poseer unas reglas que deben seguirse al pié de la letra y tembién un sistema de competición.
Del mismo modo que en los juegos de niños, en los deportes también observamos un beneficio en practicarlos. Hay muchos deportes donde se ejercita el cuerpo y se educan los músculos, y también muchos otros donde se practican habilidades manuales, puntería, resistencia física, coordinación de movimientos, trabajo en equipo, o facultades mentales.
De todos los deportes, el fútbol es el rey. ¿Por qué?
Los buenos jugadores de fútbol reúnen un montón de características que seguro fueron fundamentales en nuestra evolución y que, hoy en día pese al cambio en nuestro estilo de vida, todavía admiramos y valoramos muy positivamente: Resistencia física, potencia en arranque de carrera, y velocidad punta son cualidades que se necesitan en el fútbol y en muchos otros deportes físicos. Trabajo en equipo, táctica y estrategia, y lo que se conoce como visión de juego, son características comunes en los deportes de equipo que requieren de ciertas habilidades mentales que solo posee el ser humano y algunos pocos animales en menor medida. Pero para jugar al fútbol, también se requiere tener una especial facultad para calcular distancias, y coordinar esa información con los movimientos del cuerpo. Para calcular sobre un papel la fuerza de impacto necesaria para mandar un esférico a un punto determinado del campo, necesitaríamos varios años de formación en matemáticas y física, pero un jugador de fútbol lo hace instintivamente. Y además puede calcular parábolas sorprendentes para el rival, impactando de forma especial en la pelota para darle efecto.
También es fundamental predecir con anticipo los movimientos del adversario, o engañarle con los propios para provocar una reacción esperada que pueda ser favorable. Para ello, además de tener cierta habilidad empática, el futbolista debe coordinar sus movimientos de forma precisa. Y la coordinación de movimientos de este cuerpo bípedo, que es único en todo el reino animal, puede llegar a extremos que nos dejan con la boca abierta. Como es el caso de este niño que con 6 años ya es un espectáculo el ver cómo se mueve con un balón en los piés, y que me ha inspirado a escribir todo este rollazo sobre el deporte rey, el fútbol.
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